Qué esperar de tus primeras clases de yoga
Cuando comenzamos cualquier actividad, sea yoga o macramé, fútbol, idiomas o lo que sea, siempre hay que ir con expectativas bajas. Sé que no es tarea fácil. Es inevitable creárselas sobre todo cuando no tienes control de tu mente porque no es algo que hayas entrenado nunca (¡para eso hacemos yoga!). Pero hagamos un esfuerzo.
Ir con cero expectativas sería básicamente pensar que lo importante es participar. Que vas a yoga porque estás indagando, estás aprendiendo, estás viendo a ver cómo reacciona tu cuerpo y tu mente frente a esa nueva actividad y, sobre todo, que no tiene porqué gustarte a la primera (quizá tampoco a la veinticinca y se te permitiría abandonar, por supuesto).
Es más, es muy probable que en tus primeras clases de yoga tengas estas 3 sensaciones nada más pisar la esterilla.
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Revelaciones cuando empiezas a practicar yoga
1. Eres más viejo de lo que pensabas
Te creías joven porque tu cuerpo luce decente delante del espejo y responde con dignidad a las actividades de la vida cotidiana. Sin embargo, durante la sesión de yoga, sientes que has envejecido 10 años, por lo menos.
Tenlo claro, en tus primeras sesiones de yoga, no tendrás la flexibilidad que te gustaría. Sentirás que tus articulaciones son, con suerte, como las bisagras de una puerta vieja. Tu equilibrio dejará mucho que desear. Estarás a punto de comerte el suelo en numerosas ocasiones, no solo en los balances, también cuando se trate de trabajar la fuerza, seguramente inexistente en tu caso.
Tus piernas, brazos y core no responderán a ninguna de tus plegarias y no podrán sostener tu propio peso. Lo cual te hará sentirte grande y pesado. Además, cuando toca respirar, nunca va a cuadrar tu ritmo con el de tu profe. Y emociones negativas como la frustración, el desconsuelo, el agobio y la envidia surgen constantemente. ¡Pero no te preocupes! Esto, también pasará.
2. Tu nivel de concentración es cero patatero
Se te antojaba aburrido hacer posturas y respirar, pero nadie te avisó de que mientras tanto, tenemos pensamientos. Y esos pensamientos a veces son reveladores.
Nuestro propio cuerpo nos habla, se comunica. Y nuestra mente responde.
La comunicación que tiene lugar en nuestra esterilla es, cuanto menos, interesante. Y, aunque al principio te puede parecer una tontería (como en la viñeta), después, esta comunicación interna resulta de gran utilidad pudiendo, incluso, salvarnos de lesiones. Sobre esto hablaremos más adelante.
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3. Si concentrarse es difícil, la meditación ni te cuento
Pensabas que sentarse a meditar sería pan comido y resulta que no es moco de pavo.
En seguida te vienen mil pensamientos a la cabeza. Desde la lista de la compra hasta qué pasó con el lunar que tenías en la costilla cuando eras pequeño y ya no está, o por qué a tu perro de la infancia le llamaron Francisco cuando entonces a todos los Franciscos se les llamaba Paco.
Y de ahí te vas enredado en tu propia dispersión mental, preguntándote cosas como por qué ponerle Paco al pobre perro, si hay mil nombres más apropiados para un perro. Pero claro, es muy cachondo ponerle nombre de persona. Y entras en el debate interno de la humanización de los animales y sus consecuencias.
Cuando te quieres dar cuenta han pasado 30 minutos y no has encontrado ni un poquito de paz mental. Eso sí, has solucionado los problemas más importantes del primer mundo, incluyendo la humanización de los animales. Por si fuera poco, ya tienes escogidos varios nombres para tu futura mascota, por si alguna vez lo tienes, no vaya y nos pille de sorpresa y se acabe llamando Paco.
La meditación es así. Nos enreda, nos pone nerviosos, nos obliga a respirar, a escucharnos. Las primeras veces se vuelve una rallada continua. ¡No te preocupes! Esto también pasará.
4. Controlar los esfínteres es más difícil de lo que pensabas
El clásico mito de escaparse un pedo se cumple en toda clase de yoga de principiantes que se precie. Y es muy lógico. Cuando comenzamos a estrujar partes del cuerpo con ímpetu en las posturas, removemos no solo emociones, también el bocadillo de lomo que te has cascado para comer.
Si tenemos suerte, el pedo pasará desapercibido. Pero si viene con perfume, será el deleite de todos. ¡Qué le vamos a hacer, son gases del oficio!
Aunque partimos de la base de que en yoga no se puede ser ni bueno ni malo, no se te puede dar ni bien ni mal, siempre pensamos que si quieres ser yogui, entonces el yoga se te tiene que dar bien. Tienes que estar a gusto desde el primer momento.
Si tienes dudas, no te preocupes, es normal, te las despejaré todas en mi libro Más vale yoga que nunca.
Ya has visto que el yoga no funciona así. A mí nada se me daba bien al principio. Ni el yoga, ni el dibujo, ni la escritura. Siempre he sido muy mediocre en la mitad de las cosas y malísima en la otra mitad. Yo pensaba “Bueno, voy a probar, si no se me da bien, no me siento cómoda o me frustro entonces es que no es lo mío y lo dejaré”.
Y así hacía todo desde pequeña hasta que llegó el yoga a mi vida y, como lo necesitaba imperiosamente y no tenía nada más que me estuviera funcionando mínimamente con mi ansiedad, entonces no me quedó más fosas nasales que perseverar un poquito más, a pesar de que me sintiera como un elefante en un concurso de belleza.
Como ya sabes, el yoga lo practica mucha gente y te aseguro que absolutamente todos hemos pasado por estos vaivenes emocionales. Hemos aprendido a escucharlos y a superarlos. Y si seguimos practicando es por algo, ¿no crees?
Pero no es frustración todo lo que reluce. También vivirás momentos de absoluta paz y conexión interior, sentirás que tu cuerpo cede a las posturas (y a tus plegarias), tendrás sensaciones de poderío y fuerza brutal que antes no tenías, saldrás notando el equilibrio y la paz dentro de ti. ¡Puede que hasta salgas flotando de clase, miatúquetediga!
Y tú, ¿qué experiencias has tenido en tus primeras clases de yoga?
Cuéntamelo en comentarios.
Om shanti shanti requeteshanti
Julia