Llevo practicando yoga desde 2013 y, en mis inicios, me salí de alguna clase por no poder más. Miraba constantemente el reloj (“A ver cuándo acaba este calvario”) y la sesión se me hacía eterna. Como además no conocía la estructura de una sesión se me hacía más larga aún (si tú tampoco la conoces, puedes descubrirla aquí).
Sin embargo, hacía muchísimos años que no me salía de una clase a medio. Antes me quedaba descansando en balasana o niño (por mucho que mi ego me animara a seguir a costa de destrozarme el cuerpo) o me iba directa a savasana (“Más tiempo tengo para disfrutarla” pensaba yo).
Como trabajé 2 años en la recepción de un estudio de yoga en Londres sé lo tiquismiquis que se pone la gente con el nivel de la sesión de yoga a la que van a asistir. El cartel “multinivel” siempre levanta muchas suspicacias pero lo cierto es que la palabra deja bien claro que la sesión incluye varios niveles y es responsabilidad del profesor asegurarse de que todos sean satisfechos.
Si conoces mi evolución en la práctica del yoga sabrás que, aunque antaño me encantaba echar los higadillos y las mollejas sobre la esterilla con los estilos de vinyasa más extremos, en los últimos años disfruto enormemente de la oportunidad de introspección que te brindan los estilos más suaves (por eso de que al ir más despacio te da más tiempo a centrar tu atención en un punto en concreto, en vez de ir de una postura a otra como yogui sin cabeza).
Sé que la división de niveles de yoga es una convención artificial y muchas veces desacertada pero qué quieres que te diga, me parece necesario “cortar” en algún sitio, para que sea más sencillo (o menos complicado) elegir la sesión que vamos a practicar. No para autoevaluarnos (somos principiantes, intermedios o avanzados) sino para saber qué esperar del yoga que voy a practicar. Pero este tema lo retomaremos más adelante.
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La historia de cómo me enfadé en una clase "multinivel"
El caso es que este viernes pasado fui a una clase de vinyasa medio que me encantó. La disfruté porque sabía qué tipo de posturas y secuencias se me pedirían en la sesión basándome solo en el nivel que me prometía el cartel. Este día estaba a tope y quería dar lo máximo. Así que esta sesión fue ideal.
Sin embargo, al día siguiente, no sabía si iba a querer marcha o algo más suave así que una clase de vinyasa multinivel me pareció ideal ya que, en teoría, darían variantes de distinta dificultad y podría elegir cada poco la intensidad de la sesión.
Cuál fue mi sorpresa cuando después del primer om no paramos a respirar ni un segundo. De repente, después de comenzar con un inocente vinyasa, entramos en una espiral de dinamismo atropellado de la que ya no pudimos salir. Por supuesto, el profesor rezaba “inhala, exhala” antes de casi cualquier movimiento. Sin embargo, hacerle caso estricto hubiera significado hiperventilar.
No solo el ritmo fue frenético (característica más bien del rocket o el power yoga que del vinyasa, pero bueno, a veces los límites son difusos y depende más bien del profesor). Lo que me molestó es que yo quería bajar el ritmo. Tener la oportunidad de volver a los básicos. Pero no, cada postura llevaba mil indicaciones porque al profesor se le antojó enrevesarlas al estilo barroco rococó añadiendo bailes, florituras y otras dinámicas fit. Todo esto mientras sonaba música R&B a toda leche (estilo de música que disfruto fuera del entorno yóguico pero no en mi práctica).
El profesor, el cual no dejó de hablar ni un segundo, no paraba de dar instrucciones lo cual era extenuante para una mente y un cuerpo agotados. Estábamos trabajando de manera dispersa y errática. Antes de llegar al objetivo ya se nos estaba narrando el siguiente. Ni un balasana, uttanasana o adho mukha en el que descansar.
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Cuando llevábamos 45 minutos la vigorosidad no decaía, tampoco el volumen y estridencia de la música. Entonces pensé que solo faltaba que apareciera Patricia Manterola gritando “¡Que el ritmo no pare, no pare, no, que el ritmo no pare! ¡No pare!”.
En este momento me acordé de una de mis más preciadas alumnas, a la que admiro por llevar años viniendo a mis clases y autoadaptarse el 80% de las secuencias o posturas porque en ese momento prefiere otra postura/variante en vez de la que yo ofrezco. A veces me pregunto por qué le gustan mis clases, si cuando está haciendo la misma postura que el resto no sé si es pura coincidencia.
Pero su forma de hacer el yoga que necesita me gusta, porque creo que es importante que nos hagamos más caso a nosotros mismos que a nuestro profesor.
Así que tomé su ejemplo y reduje un par de niveles lo que este profesor nos ofrecía. Lo intenté un rato, pero entonces me di cuenta de que esa clase no era en absoluto una sesión de yoga. Yo bajé el ritmo, bajé el “nivel”. Pero los gritos del profesor por encima de su inapropiada playlist junto al ritmo frenético de sus secuencias invitaban a ponerse una copa en vez de a mirar hacia dentro.
Llegados a este punto, me puse a observar al resto de mis compañeros. El 99% mujeres, de un rango muy amplio de edad. La mitad estaban exhaustas haciendo posturas con una o dos secuencias de retraso, mirando hacia arriba no sé si para escuchar/ver mejor o para implorarle al Señor que bajara el ritmo de una vez.
La otra mitad disfrutaban de lo lindo, aunque estuvieran moradas por una evidente falta de oxígeno. ¿Respirar para qué? ¡Está sobrevalorado!
Llevábamos 55 minutos así (quedaban 20 para finalizar). Me salí de la clase. Cogí por banda a la recepcionista y le conté mis inquietudes acerca de la dudosa veracidad del cartel “vinyasa multinivel”, tanto por el nivel como porque fuera una clase de yoga de verdad.
Ella fue comprensiva y educada pero también tajante con sus afirmaciones “Con el COVID las clases las tenemos vacías y sin embargo mira como está está sesión: llena”. Efectivamente, conté más de 30 personas (con un espacio ridículo entre unos y otros y muchos practicando literalmente como si estuviéramos castigados contra la pared).
Miré de nuevo hacia la sala, llevaban 70 minutos y solo ahora empezaban a hacer posturas de suelo, que aguantaban escasas 2 respiraciones.
Recordé que yo ya había pasado por todo eso: ese amor por lo frenético. Es un yoga tan dinámico que no, no piensas en las facturas, la lista de la compra o la discusión con el vecino, pero tampoco trabajas tu atención porque vas asorratado buscando llegar a la siguiente postura sin que se te desmorone la que estás haciendo ahora, usándola solo como transición y pasándote la respiración y la conciencia corporal por el muladhara chakra.
Es un yoga ideal para aquellos que comienzan su práctica de yoga y quieren evadirse de la realidad pero, en mi opinión, sostenible sin lesiones por poco tiempo y legítimo solo si te sirve como vehículo para adentrarte en un yoga de verdad (en el que se valore la introspección y la respiración, haya o no velocidad y dinamismo).
Soy una firme defensora de los distintos estilos de yoga, con sus diferentes modalidades, intensidades y velocidades. Pero siempre, siempre, siempre, debemos de tener especial cuidado en mantener y trabajar la atención y la respiración. Eso es yoga. Toda floritura y exigencia física le dará un extra de dificultad, pero no podemos perder la esencia del yoga y olvidarnos de respirar y de mirar hacia dentro.
Pasé a la clase cuando íbamos a savasana. El profesor tampoco dejó de hablar aquí y la música seguía invitando a sacarse unas cañas con tapa. Al terminar con otro om (que más que a exhalación sonó a último estertor), el profesor se llevó un aplauso de las exhaustas asistentes. Todo el mundo tiene su público…
Cuál fue mi sorpresa cuando me acerqué a la amiga que me había acompañado (principiante) y me dijo que la clase le había gustado mucho. “Me perdía, no oía nada, la música era ensordecedora, estaba con la lengua fuera y no entendí la mitad de las posturas pero hice lo que pude y además siento que hice ejercicio y adelgacé”. Yo pensé que, en palabras de una principiante, es legítimo ese pensamiento y no me molesté en explicarle qué es el yoga. Pero me pregunté si realmente las 30 mujeres que había dentro asistían allí por lo mismo.
Este suceso me valió para revisar muy bien varios puntos en mi enseñanza:
-Las variantes que ofrezco en clase (si de verdad tengo en cuenta todos los niveles o no).
-El volumen y estilo de música que pongo en clase (aquí tienes unas cuantas playlist hechas por mí, por si quieres evaluarlo tú también).
-La atención que le presto a la respiración y a los descansos.
-Los silencios que aporto en clase (dando la oportunidad al alumno de observarse, en vez de estar pendiente de lo que digo).
-La filosofía del yoga que transmito (fitness vs. introspección).
También me sirvió para revisarme como practicante:
-Hay sesiones guiadas mal elegidas y no pasa nada.
-El hecho de que a ti no te guste no significa que sea mal profesor.
-El hecho de que le guste a mucha gente no significa que sea buen profesor.
-El 99% de las posturas barrocas que sugería las podía hacer, pero dejé mi ego a un lado e hice caso a mi intención inicial: mirar hacia dentro. Si el ambiente creado deliberadamente en la sala no me lo permite, entonces hice bien en salir.
–Está bien probar todos los estilos de yoga posibles y todos los profesores de yoga posibles.
Cómo saber a qué nivel de yoga asistir
Hay mucha gente en contra de dividir a los practicantes o las sesiones de yoga en niveles. Es cierto que va un poco en contra de la filosofía del yoga, pero resulta muy práctico sobre todo para que no suceda lo que te acabo de relatar.
Para que sea más sencillo elegir la clase que mejor nos viene, yo he escogido este criterio. Aunque tengo que aclarar, que un practicante principiante no es mejor que uno intermedio, ni que uno avanzado. Simplemente está en otro lugar de aprendizaje, con otros retos y dificultades.
Y donde no hay una programación cerrada ni unos objetivos concretos a los que llegar. Los límites entre un nivel y otro son difusos pero aún así, creo que es más útil que los niveles existan, pero solo para facilitar la elección de la sesión y no para excluir a gente de determinadas prácticas o círculos yoguis.
¡Espero que te ayude!
Espero que esta anécdota te haya hecho reflexionar sobre los niveles de yoga y cómo practicar en clase y a solas. Por supuesto, mi opinión es mi verdad y no tienes que estar de acuerdo. Nuestra opinión, como nuestro yoga, es cambiante y evoluciona con el tiempo y la práctica.
¿Tú qué opinas? ¡Cuéntame en comentarios!
Gracias por leerme.
Om shanti shanti requeteshanti
Julia
20 comentarios en “Cómo saber mi nivel de yoga (anécdota que no olvidarás)”
Me encantas, solo por leerte me he dado un buen lote de risas que no tienen precio y menos en estos tiempos. Gracias . 🙂 A mi no me interesa tanto el nivel sino la respiración. Miro tus vídeos, eso sí, para ver si la postura la hago bien para no dañarme que una tiene su edad y si estuvieramos en la misma ciudad iría a tus clases. Un abrazo
jeje gracias Flora eres un encanto 😀
Me he sentido tan identificada con todo lo que has contado, en mi gimnasio en Madrid, se imparten clases de yoga de ese tipo y están llenas….llenas de gente que quiere hacer posturas difíciles porque su concepto del yoga es llegar a hacer posturas para la foto, sin escuchar verdaderamente a su cuerpo.
Anteriormente practique yoga en León con Oscar Montero, un verdadero yogui, con una filosofía radicalmente opuesta a ese postureo, siempre daba más importancia a la propia respiración y a la conciencia de tu propio cuerpo, que a la postura.
Supongo que como tu dices, al final uno elije y decide que tipo de yoga practicar, ocurre lo mismo con los retiros de yoga que ahora abundan por todos los lados, con instructores que se sacan un curso de yoga, se hacen fotos haciendo posturas y ya se creen yogis expertos capaces de enseñar a otros una filosofía tan importante.
Da la sensación que el yoga se ha convertido en un producto de consumo más, para ser más guay, como ponerse pestañas postizas, relleno de labios, …..o decir que vas a un retiro de yoga a las islas Chinpum…..
Bueno, que me lio y me enrollo . Solo decirte que me encantas, ojalá más gente como tú en las redes y menos tontería y postureo.
¡Gracias por tu reflexión, Tugatina! Me ha gustado mucho leer tu opinión. Un besazo enorme.
Muy interesante Julia!!! Cuando el confinamiento yo también disfrutaba mucho del vinyasa más potente porque entonces no salía de casa y estaba iniciandome, era lo que me pedía el cuerpo y me hacía “desfogar”…. Sin embargo, ahora me resulta casi imposible hacer aquellas clases de una hora a ese ritmo y tampoco las disfruto…
Es curioso cómo cambian nuestras necesidades yóguicas según nuestras circunstancias vitales, verdad?
Holis, primero, gracias por todo lo que compartes, concuerdo contigo en que un “balasana” siempre es bien recibido en la clase del nivel que sea. No me he salido de una clase, por respeto, pero sí me he sentido perdida en más de una, intentando sostener el “hasta cuándo”, solo quisiera agregar además que todos los días no nos sentimos igual de motivados, si el profe captó la atención de 30 personas ese día, con aplausos y demás, algo en tí (en lo interno) debió generarte esas ganas de salir corriendo, ¡Ahimsa! gritó tu cuerpo, en franco reconocimiento de q eso no lo necesitaba, ese día quizás. Abrazos, Namaste.
Estoy contigo María de los Ángeles. Por cierto, yo como profesora no considero una falta de respeto que alguien se salga de mi clase. Al contrario, lo agradezco si es lo que realmente necesita para ser fiel a ese Ahimnsa, sea el motivo que sea el que le haga salir 🙂
Yo entendi lo que es hacer yoga, despues de 2 años de practica a lo loco, gracias al confinamiento y a la profe onnline que tuve, me parecen importantisimo y necesarios los espacios que nos dan, hay que entenderlos, me ha encantado este post, un ssaludo
¡Muchísimas gracias Mariana por tu opinión! 🙂
“A veces me pregunto por qué le gustan mis clases”
Pues mira, Julia, no conozco a tu alumna, pero cuando lo leí mi cabeza soltó automáticamente “porque no la ‘obligas’ a seguirte”. Fue gracias a ti que yo dejé de sentir culpa por lo que hace tu alumna: no te cansas de decirnos una y otra vez que el profesor es en realidad un orientador, un guía, pero que en ningún caso alguien que te puede “forzar” a hacer nada. Yo vivía con bastante culpa hacer las cosas de otro modo, o directamente otra cosa, y leerte a ti para mí fue un bálsamo yóguico (sobre todo que “me” lo repitieras tantas veces, que si no igual no lo creía, jeje). Hace muchos años que practico con la misma profesora, la quiero mucho y me gustan sus clases, de hecho fue con la única que conseguí engancharme definitivamente al yoga. Sin embargo, ella solía presionarme para que hiciera lo que ella estaba indicando, y yo muchas veces me terminaba forzando a seguirla. Un día la etiqueté en una de tus publicaciones de Ig donde hablabas de este tema, y desde entonces sólo me va corrigiendo cosas de la postura que yo efectivamente estoy haciendo (salvo que se despiste, que también ella es humana, jeje). ¿Por qué sigo en sus clases? Porque me supo escuchar y aprender a respetar en mis ritmos y tiempos, porque muchas veces la secuencia que pensó para esa clase se alinea con mis necesidades, pero sobre todo porque creo en nuestras prácticas regulares, después de muchos años “yogando” con la misma persona, se genera una especie de estado de consciencia durante la práctica que ayuda mucho a la evolución. Ahora estoy llegando a una fase en la que necesitaría más espacios de silencio, y este es un desafío más grande (desconectar sólo cuando corresponda no me resulta fácil, o desconecto o no desconecto), pero creo que también le encontraré la vuelta.
Muchísimas gracias por todo lo que compartes con nosotros 🙂
Un besazo desde Lisboa :*
Wow, Ana, muchísimas gracias por compartir esta experiencia con nosotros. Me ha encantado saber que mis publicaciones te sirvieron de ayuda para quitarte esa losa de practicar solo lo que se te ofrece, ¡me alegra mucho que hayas conseguido adaptarte la práctica a tu cuerpo! Y que tu profe también te lo permita, es un gustazo leerlo. Me encanta que hayáis llegado a un punto de conexión en el que las dos os aportéis algo. Gracias de nuevo por compartir con los demás esta reflexión tan bonita. Un besazo!!
Pues creo que lo has definido muy bien con lo de “todo el mundo tiene su publico”. Comprendo la pena que da cuando se ven clases que desvirtúan la esencia de una practica milenaria. Ojiplática me quedé la primera vez que vi una clase de bodybalance…(esa mezcla de taichi yoga y no sé que más…).
jeje aún no he probado una clase de bodybalance, ¡ahora tengo curiosidad!
Me ha encantado, todo, la anécdota, la reflexión y la viñeta de cómo saber tu nivel en yoga. Clarísimamente, para mí la respuesta correcta es la D 🙂 Cuando empecé a practicar hace un par de años, y vi las posturas con invertidas que se hacían pensé “madre mía, yo nunca llegaré a hacer eso”, y pensaba que llegar a esas posturas era ser avanzado en yoga. Por aquél entonces no tenía ni dea de lo que era el yoga, claro xD
En seguida (y gracias a los profesores que tube) entendí la importancia de las respiraciones y de la concetración y la mirada interna, y de lo que era el yoga, y el hacer invertidas o no, desapareció completamente de mis aspiraciones en yoga. Ahora, casi sin quererlo, soy capaz de hacer alguna, pero no es lo importante en mi práctica. ¡Un abrazo enorme!
Mil gracias por tu aportación, Jacqueline 🙂 Me ha encantado, un abrazo grande!
Deje de asistir a unas clases porque me agotaban las constantes indicaciones…
Era muy satisfactorio corporalmente pero el cerebro quedaba agotado!
me costó darme cuenta … que bien lo describís…
Gracias
jeje Gabriela, me ha pasado exactamente lo mismo… muchas veces…
Un besazo, gracias por tu feedback!
Buenísima reflexión!!!gracias!
Muchísimas gracias a ti Viviana!