Duele… pero da gusto.
Y pensé: “¿Pero esto qué es? ¡Si yo practico yoga cada día! ¡Si me muevo más que los precios del alquiler!”
Lo peor no era el dolor, sino la vergüenza profesional:
🧘🏻♀️ Persona dedicada al yoga.
⛰️ Cero sedentarismo.
💪🏻Orgullosa de no tener ni una molestia corporal.
Y ahí estaba yo, girando la cabeza como si fuera un Playmobil. Claro, al principio pensé que era injusto. Pero entonces, como en esas pelis en las que al protagonista le viene un flashback revelador, recordé…

El día anterior, había estado con amigos y familia, bailando canciones de nuestra adolescencia.
Literalmente: moviendo el esqueleto como si no tuviéramos huesos de más de 30 años.
Sin calentar. Sin pensar. Solo con la alegría nostálgica de cuando nadie nos grababa… (Excepto esta vez. Que había móviles. Y vídeos. Y al parecer, también consecuencias físicas.)
Me dolía el cuello, sí.
Pero también me reía, porque entendí algo muy bonito:
Ese dolor era una mezcla entre el cuerpo y la emoción. Entre lo físico que se remueve y lo emocional que se activa cuando volvemos a movernos como antes. Y me di cuenta de que el autoconocimiento es exactamente igual:
Duele… pero da gusto.
Porque cuando te mueves por dentro, algo se desbloquea. Algo se entiende. Algo avanza.
Así que si últimamente estás sintiendo cierto “dolorcillo” emocional o existencial, no te asustes. Igual estás bailando algo que necesitaba ser bailado.