“No tengo cuerpo de yoga”
Si estás leyendo este libro es porque, desde hace un tiempo, tienes el gusanillo de comenzar a practicar yoga, pero dentro de ti hay algo que te frena. El miedo.
Miedo a no ser apto para la práctica, a hacer el ridículo, a no sentirte tan bien como prometen, a tener que dejarlo.
¿Es el yoga para ti? No lo sabes.
Y es que, haciendo algunas búsquedas en Google o en Instagram, los resultados muestran solo mujeres esbeltas y tonificadas practicando en un escenario idílico. Sin embargo, tu vecina Maribel hace yoga todos los martes y jueves en el sótano de la asociación de vecinos y no es ninguna sílfide. También tu primo Antonio va a clases de yoga desde el divorcio y su agilidad le da para sentarse en el suelo, pero no para volverse a levantar.
Sin embargo, ya lleva unos meses y, se le ve bastante mejor que cuando su mujer lo dejó. Lupe, tu compañera de oficina, también ha ido alguna vez a clase, no muy a menudo y, aunque siempre ha sido más bien pachorrona, se le ve totalmente stress free, más feliz.
Piensas que a ti tampoco te puede venir nada mal, con la vida que llevas. Y, aunque te incomode tu barriga, el suelo quede cada vez más lejos y tus brazos no sostengan el peso de tu cuerpo, algo podrás hacer en clase. Seguramente no seas las única. Seguro no, segurísimo.
El yoga es para todos los cuerpos que quieran practicar. Pero hay que querer. Hay que dejarse a un lado los complejos, las comparaciones y las aspiraciones. Pero déjame avisarte: la práctica de yoga no es para quien quiere perder peso, ganar flexibilidad o fuerza.
Eso lo dejamos para el gimnasio (y está genial así). El yoga, tiene otra intención, otro propósito.
El yoga es para aquel que quiere indagar en su autoconocimiento. Es para aquel que no practica por los resultados, sino por el proceso. Es toda una aventura donde la mayor transformación tendrá lugar en tu interior.
Por lo que no importa qué cuerpo tengas ni lo que puedas hacer con él, sino cuán flexible y fuerte puede volverse tu mente y cómo la podemos trabajar desde la práctica física del yoga. Interesante, ¿verdad?
El problema es que tus primeras experiencias en el mundo del yoga son clave para que continúes con la práctica o no. El cuidado, mimo y atención que tenga tu primer profesor/a contigo en esa primera sesión será clave para iniciarte o para dejarlo para siempre.
Mi primera oportunidad para ir a una clase de yoga fue en Miami en el año 2013. Mi hermana gemela había venido a verme desde España y, como le gustaba mucho el yoga, decidimos ir juntas a una clase. Y así yo probaba.
Pero no pude soportar la idea de ir a un lugar lleno de, en su mayoría, mujeres perfectas contoneándose al son de las instrucciones de otra mujer perfecta… y mi hermana que, aunque no era perfecta, el yoga se le daba bastante bien (mucho mejor de lo que, seguro, se me daría a mí).
Así que no asistí a esa sesión, pero sí fui a recogerla. Cuando estaban en savasana o la postura de relajación final (página X), yo las veía a través del cristal.
Todas esas mujeres miameras brillaban. Y no por el glow postyoga, sino por el sudor de estar en una sala a 40 grados de temperatura y 40% de humedad.
Me alegré mucho de no haber hecho yoga por primera vez en un sitio así y en un momento como aquel (en el que mi autoestima estaba por los suelos y además sufría de vértigos). De hecho, en un arrebato de girlpower me fui a la recepción y pregunté por clases de principiantes. Me dijeron que solo había clases multinivel (todos los niveles juntos). Aun así, insistí y le dije que tenía un problema cervical, con vértigos y mareos incluidos.
La chica, muy animada, me dijo “¡No importa, prueba!” Estuve a punto de hacerle caso, pero mi sentido común pudo conmigo (gracias, Pepito Grillo) y decidí esperar. Un par de meses después, cuando ya había sufrido el pico de mi crisis existencial, había dejado Miami y me había refugiado en la familia, en mi acogedora ciudad natal de Albacete y fui a las sesiones de fisioterapia que hicieron falta para curar mi tensión cervical y decir, por fin, adiós para siempre a los vértigos, solo entonces fui a la asociación de vecinos de mi barrio para asistir, de verdad, a mi primera clase de yoga, en vez de mirar a través del cristal como una voyeur en mi casi primera vez.
Por supuesto me acompañaron a la sesión mi sentido del ridículo, mi baja autoestima y todo el arsenal de complejos que había podido coleccionar hasta la época (gafas que se caían, escasa o nula flexibilidad, cero coordinación, ínfima conciencia corporal y escepticismo infinito hacia lo místico y espiritual).
Mis compañeras (eran todo mujeres) eran mucho mayores que yo, lo cual me relajó porque, pensé, sería mucho más fácil. También la profesora me sacaba unas cuantas décadas y, aunque estaba como una rosa, pensé que no se pondría a hacer las cosas raras que ya había visto en Instagram. La verdad, estaba en lo cierto.
A nivel físico, la clase no fue extenuante, muy al contrario, no sudé ni un poquito, no me cansé. Pero no llegaba a ciertas posturas. Mi flexibilidad era vergonzosa al lado de esas señoras elásticas como chicles. ¿Será la maternidad y abuelidad que al abrirte las caderas te da una flexibilidad extra como agradecimiento por haber aportado a la humanidad? No lo sabía. Pero era la más joven y la más tiesa. En ese momento sentí que estaba suspensa en yoga. Sin embargo, volví porque sabía que eso podía cambiar. Poco a poco, mi flexibilidad fue mejorando, pero no lo esperado. Y las clases comenzaron a antojárseme aburridas. Yo ya había estado investigando en Instagram y quería hacer todas esas posturas rocambolescas. Y esta profesora no tenía pinta de ir por ese camino…
Aunque no me encantaba, decidí seguir intentándolo con el yoga. Sabía que existían otros estilos de yoga y que podían gustarme más. O no. ¡Así que, que se preparasen todas las salas de yoga, que iba a probarlas, una a una, cada una de ellas!
Desde 2013 he estado en centros de yoga de España, Italia, Inglaterra y Francia. Habré probado cientos de estilos y profesores, y asistido a un montón de festivales y formaciones de yoga que se me presentasen. Además, trabajé de recepcionista en un centro de yoga durante casi 2 años en Londres y llevo desde 2017 trabajando como profesora. He visto practicar a muchos tipos de personas. Y si hay algo que sé a ciencia cierta, es que no hay un cuerpo de yoga: todos los cuerpos son válidos para la práctica.
Sí, sí, grábatelo bien: no existe un cuerpo para yoga. Todos pueden practicar yoga. No importa tu constitución, peso, flexibilidad, fuerza, agilidad, coordinación, flacidez, … ¡incluso lesiones! ¡lo importante es ponerse a practicar el yoga que más necesitas! Y esto lo veremos con detalle en este libro.
Om shanti shanti requeteshanti
Julia
4 comentarios en ““No tengo un cuerpo de yoga””
Si mil veces todos pueden con yoga, yo tengo 64 siempre me he cuidado , cuidando mi peso haciendo ejercicios, porque tengo hipotiroidismo, desde siempre casi, yo llegue al yoga hace casi 5 años por dolores de rodillas, y ahora de caderas por artrosis, nunca me atrajo el yoga porque soy muy inquieta, solo baile y zumba, sin embargo descubrí en yoga algo maravilloso, me impulso a realizar un instructorado de yoga, con mención adulto mayor, estoy contenta, me ha ayudado en general en calmarme, mis dolores han sido controlados y practico diariamente, me jubile este año, y quiero dios mediante ayudar a otros y a niños con esta hermosa disciplina, creo que el que quiere puede, sigo muchas cuentas por Instagram, y veo cuerpos de todo tipo hasta con déficit o necesidades especiales, considero que lo del cuerpo es un mito, la practica lo hace todo y hay que ir adaptando lo que tu cuerpo necesita e ir avanzando con mucha paciencia, lo mejor que el cuerpo uno lo va conociendo, de a poco va cediendo , es una maravilla, yo animo a todos a motivarse y seguir yoguineando contigo y otros, que aporten a tus intereses y necesidades.mil gracias por tu simplicidad y realismo en lo que compartes.
gracias
¡Gracias Verónica por tu aportación! Me parece una reflexión muy acertada y sabia. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Estoy segura de que conseguirás ayudar a muchos a partir de ahora.
GRACIAS
El Yoga se adapta a la persona y no la persona al yoga nos dice Krishnamacharya, el padre del yoga moderno. Y lo tenemos que tener presente al prácticar…jejeje. En mi caso lo tengo que tener presente, flexibilidad de Play móvil… 😉
¡JAJAJA! Eres de las mías, Beatriz 😀